Hace mucho que los investigadores intentan determinar un motivo de que algunas personas tengan autismo o rasgos autistas.
Un nuevo estudio de Reino Unido se basa en evidencias sobre un factor potencial, y encuentra que era más común que los niños pequeños con problemas del oído, la nariz y la garganta recibieran un diagnóstico posterior de autismo.
Esto no quiere decir que todos los niños pequeños con infecciones de los oídos vayan al final a recibir un diagnóstico de autismo. Tampoco significa que todas las personas con autismo tuvieran estas infecciones de las vías respiratorias superiores en la niñez temprana.
Pero podría formar parte de una larga lista de motivos potenciales, que se combinan de diversas formas, según los investigadores de la Universidad de Bristol y la Universidad de Aston, en Inglaterra.
«Claramente, en sí mismas, las infecciones de oído o estos problemas o diferencias crónicos de oído no son la causa del autismo, sino que quizá se trate de una combinación de cosas», planteó Alycia Halladay, directora científica de la Autism Science Foundation en Scarsdale, Nueva York. «Debemos comenzar a observar cuáles son estas combinaciones». Halladay no participó en este nuevo estudio.
Respecto a uno de los síntomas (roncar), según las madres, unos 1,700 niños roncaban cuando tenían dos años y medio. Pero la mayoría (unos 1,600) de estos niños no recibieron luego un diagnóstico de autismo.
«La mayoría de los niños con señales de infecciones de oído no son autistas, así que no ayudaría evaluar a los que tienen estas infecciones», comentó la autora del estudio, la Dra. Amanda Hall, miembro honorario sénior de investigación de la Facultad de Medicina de la Bristol y profesora sénior de audiología de la Universidad de Aston en Birmingham, Inglaterra. «Pero podría ser útil garantizar que los niños autistas reciban revisiones regulares de las afecciones comunes de oído, nariz y garganta».
Los investigadores estudiaron estas asociaciones usando los datos de más de 10,000 niños que se incluyeron en el estudio Niños de los 90 en Reino Unido. Ese estudio dio seguimiento a niños nacidos a principios de la década de los 1990 en el área de Bristol.
Los autores del estudio actual identificaron a 177 niños pequeños con un diagnóstico probable de autismo que formaban parte de este conjunto de datos.
Sus madres respondieron a cuestionarios sobre la frecuencia de nueve señales y síntomas relacionados con los oídos de sus hijos, los problemas de oído y el sistema respiratorio superior cuando tenían entre un año y medio y tres años y medio de edad.
Entre los síntomas se incluyeron roncar, respirar por la boca, halarse o tocarse las orejas, tener las orejas rojas y sensibles, tener una peor audición durante un resfriado, las descargas del oído y no escuchar con frecuencia.
Una frecuencia más alta de estos síntomas se asoció con unas puntuaciones más altas en rasgos del autismo, como un deterioro de la comunicación social, un habla incoherente y conductas repetitivas, y con un diagnóstico clínico de autismo. El vínculo fue particularmente evidente a la edad de 30 meses.
Ciertos síntomas se asociaron con el autismo de forma más frecuente.
Los niños que tenían una descarga de pus o moco pegajoso de las orejas tenían un riesgo de autismo tres veces más alto. Los que tenían dificultades auditivas durante un resfriado tenían un riesgo más de dos veces más alto.
Aunque el estudio no exploró el motivo exacto de que los niños con estos problemas infecciosos de las vías respiratorias superiores quizá sean más propensos a tener autismo, Hall planteó que una explicación podría ser unas diferencias en la estructura y el posicionamiento del oído. Se sabe que es distinto, a nivel de grupo, en las personas con autismo, y podría aumentar el riesgo de sufrir afecciones del oído, la nariz y la garganta, dijo.
Quedan muchas preguntas. «Este estudio no nos permite diferenciar si los problemas de oído, nariz y garganta se relacionan con el desarrollo posterior del autismo, o sin son afecciones concurrentes en las personas autistas», señaló Hall.
En Estados Unidos, alrededor de 1 de cada 36 niños tiene un trastorno del espectro autista. Los síntomas pueden ser de leves a graves, y los chicos son afectados con una mayor frecuencia que las chicas.
Entre las muchas sugerencias sobre lo que podría contribuir al autismo se encuentran la genética y las dificultades inmunitarias de las madres durante el embarazo, apuntó Halladay. Esta nueva investigación amplía la lista, anotó.
Independientemente de que los padres estén preocupados sobre el autismo o no, deben llevar a su hijo al pediatra cuando aparezcan síntomas de una infección de los oídos, enfatizó Halladay.
Vigilar con cuidado a un niño que haya tenido infecciones de oído crónico tampoco tiene nada de malo, añadió.
«Sabemos que las infecciones de oído crónicas pueden afectar a la audición durante el desarrollo», comentó Halladay. Podrían afectar al habla y el lenguaje. Explicó que prestar atención a cómo se desarrollan las habilidades lingüísticas de un niño no tiene nada de malo.
Hall aseguró que es importante ser consciente de que las señales y síntomas del oído, la nariz y la garganta son más comunes en los niños con autismo, y asegurarse de identificarlos y tratarlos pronto.
También se necesita «investigación para comprender la mejor forma de identificar y gestionar las afecciones de oído, nariz y garganta en los niños autistas, y si unas intervenciones tempranas conducen a un beneficio», añadió Hall. (HolaDoctor.com).
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