Con el inexorable paso de los años nuestro cerebro comienza a experimentar un lento declive que puede afectar a muchas de nuestras facultades mentales. En general, la memoria a medio y largo plazo resiste algo mejor el paso del tiempo y es la memoria inmediata la que suele resentirse más con el envejecimiento. Nuestra capacidad de atención, la velocidad para procesar información, resolución de problemas y toma de decisiones puede verse afectada de manera habitual con el transcurrir de los años. Por supuesto, esta pérdida de facultades cognitivas no afecta a todas las habilidades ni a todas las personas por igual y muchos adultos mayores viven su vida entera con deterioros leves y sin presentar demencia.
Sin embargo, existe una preocupación entre los especialistas que ven cómo la demencia se ha convertido en “la epidemia silenciosa del siglo XXI”. El aumento de la esperanza de vida y de la calidad de la misma ha traído también una subida exponencial del riesgo de padecer demencia. Este aumento se ve mejor con datos: se estima que, entre las personas que tienen al menos 65 años de edad, en 2014 había unos cinco millones con demencia, pero las proyecciones muestran que, para el año 2060, esta cifra se multiplicará por tres y se situará cerca de los 14 millones.
Ante esta situación cobra especial importancia la necesidad de adoptar medidas que conciencien a la población y que detecten de manera precoz el deterioro cognitivo, la antesala de la demencia… y es aquí donde aparece el principal problema: no contamos con demasiados métodos fiables para anticiparnos. Por supuesto, para resolver cualquier problema necesitamos conocer los factores que lo han provocado y en la actualidad no solo contamos con un conocimiento muy limitado de los mecanismos implicados, sino que los elementos que pueden influir son tantos y tan variados que es difícil saber qué indicios nos pueden ayudar a adelantarnos.
Uno podría pensar, afirma el psicólogo y divulgador Eparquio Delgado, que la manera más fiable para predecir el deterioro de una persona de mediana edad sería estudiar su actividad cerebral, sus genes o sus niveles de hormonas, sin embargo, un nuevo estudio apunta a que factores educativos, sociales o económicos resultan mejores indicativos de un futuro declive cognitivo.
El estudio, publicado en PLOS ONE, resulta muy interesante porque utiliza datos procedentes de más de 7000 participantes en Estados Unidos con un exhaustivo seguimiento que se extiende durante 20 años (1996-2016). Los participantes habían nacido entre 1931 y 1941 y se ha analizado su desarrollo cognitivo desde los 54 años hasta los 85 años.
Los resultados muestran que el factor predictivo más importante es la educación (25 %) seguido de la etnia, la riqueza e ingresos del hogar, la educación de los padres o tener una licenciatura universitaria. El género, el estado civil o la religión no parecen ser un buen indicador de futuro deterioro cognitivo. Por otro lado, los comportamientos saludables tenían efectos muy reducidos en el funcionamiento cognitivo cuando se alcanzaba la mitad de la cincuentena y otros factores asociados a la salud (como obesidad, tabaquismo o ejercicio) o las condiciones de la infancia (nutrición, salud infantil) apenas suponen una diferencia clara (5 %).
Para aquellos que siguen asiduamente esta sección científica en Yahoo estos resultados no serán muy sorprendentes. Hace un tiempo publicamos un artículo titulado “Ser pobre influye en la salud de tu cerebro” donde explicábamos cómo la aparición, evolución, pronóstico y desenlace de muchas de las condiciones médicas tienen que ver con las condiciones de vida de esas personas. Es decir, con el lugar donde residen, cómo viven, cómo trabajan o cómo se relacionan. Su código postal influye más en su salud que su código genético. Intuyes también que es difícil tomar determinadas decisiones saludables en entornos y «códigos postales» no saludables”.
En los últimos años estamos empezando a descubrir la decisiva influencia que tienen en el buen funcionamiento de nuestro cerebro condiciones y elementos externos como la educación recibida, los ingresos económicos de la familia o vivir en un barrio pobre. Por supuesto, esto no significa (de ninguna manera) que debamos olvidarnos de los hábitos saludables, como una dieta adecuada o hacer ejercicio, pero los estudios más recientes apuntan a que necesitamos más investigaciones para descubrir los determinantes claves del deterioro cognitivo si queremos, algún día, adelantarnos y minimizar esa pendiente. (Yahoo Noticias).
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