Según el Observatorio Nacional de Seguridad Vial, entre el 2017 y el 2019, en Colombia 941 personas perdieron la vida en accidentes en motos por exceso de velocidad, de ellos el 63.5 % eran menores de 35 años, datos que llevan a suponer una relación entre la juventud y la velocidad.
Según Jonattan Pumarejo, docente del programa de Psicología de Areandina, el cerebro como órgano principal del sistema nervioso es quien coordina y ejerce control sobre los diferentes sistemas fisiológicamente, lo que lleva a que su actividad sea permanente, por lo que para él existirán diferentes actividades que generan mayor activación neuronal que otras y demanden respuestas cerebrales específicas, como lo es el caso de manejar una motocicleta que implica funciones de equilibrio, cognitivas, así como de control sensorial.
“La alta velocidad estimula la adrenalina y otras neurohormonas, es decir, la exposición a situaciones peligrosas expone al cuerpo a un estado de supervivencia y de satisfacción, lo que puede convertirse en una obsesión que omite las consecuencias que trae consigo el abusar de la velocidad” afirmó el docente.
Para el experto, a la estimulación a nivel sensorial se le suman factores tales como el consumo de alcohol que desinhibe al sujeto cuando conduce, la impulsividad asociada con cierto tipo de personalidad, la presión social, la cultura y algunas veces la competencia, tolerando a la exposición al peligro y lo que siente la persona aumente.
“Es de considerar que la velocidad puede suponer un riesgo real y más aún cuando las personas se exponen a sobrepasar los límites de altas velocidades, ya que estar expuestos progresiva y continuamente a estos excesos pueden ocasionar activación dopaminérgica en el cerebro relacionado con placer y activación simpática de nuestro sistema nervioso con producciones constantes de adrenalina que generan satisfacción” señaló Pumarejo.
Para el docente, al conducir una moto los sensores ubicados en las áreas prefrontales del cerebro que gestionan procesos de memoria, atención y concentración, se activan, siendo así que un aumento en la velocidad exige más control ya que el campo de visión es más reducido, lo que implica el deber de conducir a una velocidad prudente que permita analizar lo que sucede en el entorno.
Según el académico de Areandina, es importante realizar una autoevaluación cognitiva, emocional y conductual, ya que en algunos casos los comportamientos compulsivos e impulsivos por la velocidad pueden ocultar problemas como ansiedad, nerviosismo o una respuesta no elaborada del estrés.
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