La inflamación es un proceso natural que permite que nuestro cuerpo se recupere de alguna lesión o de algo que considera dañino. Es la descripción más básica y sencilla, pero cómo y por qué ocurre, más cuando no hay una causa notoria como un golpe o una picada de un insecto. Y peor aún, por qué es posible sentir que no desaparece, cuáles son sus síntomas menos evidentes y, sobre todo, cómo podemos ayudar a nuestro cuerpo a prevenirla.
Son preguntas que cualquiera que ha padecido un estado de inflamación generalizado puede hacerse, porque es una sensación difícil de describir, con síntomas que pueden responder a muchas otras afecciones como fatiga, dolor corporal, cambios del estado de ánimo y dolor de cabeza.
La doctora Rossana De Jongh Delgado, médico nutriólogo, explica que la inflamación es un proceso que forma parte de la respuesta de nuestro sistema inmunitario ante un agente externo considerado como potencialmente dañino. “Las células del sistema inmunitario secretan citoquinas proinflamatorias, que son sustancias que sirven de mediadores para poder coordinar el proceso inflamatorio. Esto quiere decir que secretamos una sustancia en la sangre que permite determinar qué tipo de células deben acudir y estas serán las responsables de generar una reacción en el tejido que puede ser local o generalizada”.
Un ejemplo del primer caso es una picada de un mosquito o una lesión en algún lugar. Este tipo de reacción se caracteriza por presentar retención de líquido, enrojecimiento, dolor, impotencia funcional local y, en algunos casos fiebre, decaimiento, entre otros síntomas. Mientras que la reacción generalizada son las que se producen cuando hay un virus, cuando hay una reacción de intolerancia a algún alimento, o una alergia o cuando estamos expuestos a una sustancia tóxica.
La médico además destaca que hay otras condiciones en las que se detectan sustancias similares a las citoquinas proinflamatorias y a veces hasta coinciden. “Por ejemplo, en el caso de la obesidad, el tejido adiposo excesivo empieza a producir una cantidad más elevada de un tipo de citoquina proinflamatoria llamadas adipoquinas y es por ello que se dice que la obesidad es un estado inflamatorio crónico. Y sabemos que, en el caso de algunas enfermedades como el cáncer, los tumores producen también tipos de citoquinas proinflomatarias y hay factores tumorales similares”.
Ayudando a nuestro cuerpo
Aunque, como se puede ver, el sistema inmunitario genera estas reacciones para defendernos de situaciones de agresión, hay respuestas inflamatorias que parecen exageradas en relación al factor atacante, como es el caso de la obesidad, por ejemplo.
“Las personas con un porcentaje de grasa corporal elevado -21 % para el hombre y 31 % para la mujer, y esto varía con la edad- tienen tendencia a ser personas crónicamente inflamadas. Cuando los mecanismos de la inflamación van a prolongarse y no hay un factor nocivo del cual defenderse, nuestro cuerpo va a consumir micronutrientes y oligoelementos esenciales”.
De esta manera, la especialista explica que, el cuerpo necesita lidiar con el estado inflamatorio y por eso nuestras necesidades metabólicas aumentan, con lo cual, algunos micronutrientes que no produce el organismo van a agotarse, como el magnesio por ejemplo, así como también las vitaminas con efecto antixiodante, y esto a su vez ocasiona síntomas como la fatiga.
De Jognh detalla que, en la fase aguda de la inflamación, secretamos hormonas de estrés, similares a la adrenalina y a la noradrenalina, lo cual sería ‘beneficioso’ porque ayudaría a recuperarnos más rápido. Sin embargo, cuando el estrés es crónico, secretamos cortisol, la conocida hormona del estrés, que va a tener un efecto de prevención.
“Es decir, la persona retendrá agua, por si acaso necesita líquido en algún momento; acumulará energía en forma de grasa, por si acaso; y todo esto conlleva a un desequilibrio que además contempla aumento de presión arterial, tendencia a que se debilite el sistema inmune, con lo cual aparecerán infecciones más frecuentemente, entre otras afecciones graves y es por esto que se dice que la inflamación se convierte en un peligro latente”.
Para encontrar soluciones, en primer lugar, es importante diferenciar inflado de inflamado. Un abdomen inflado no es inflamación, sino que responde a algún proceso digestivo que puede ser producto de una intolerancia alimentaria, o el proceso de fermentación en el colon que puede producir gases.
Luego, la experta señala que no hay estudios sólidos concluyentes que determinen cuáles aditivos de los alimentos ultraprocesados pueden o no estar relacionados con un estado inflamatorio. Sí hay estudios sobre algunos edulcorates artificiales y espesantes que alteran la permeabilidad del intestino y esto puede generar cierto grado de inflamación, pero no hay suficiente información.
Sin embargo, una alimentación equilibrada que incluya vegetales y frutas puede ayudar. Lesley Klein, dietista de Sylvester Comprehensive Cancer Center consultado para un artículo de la Universidad de Miami, sugiere “comer un arcoíris de antioxidantes y fitoquímicos”, y explica comer una variedad de colores es una forma sencilla de maximizar el valor nutricional de su alimentación. De esta manera podemos identificar los alimentos más idóneos por su color, como vegetales y frutas rojas, naranjas, amarillas, verdes y púrpura, como tomate, zanahorias, cúrcuma, brócoli, uvas y arándanos entre otros.
Otra clave esencial para prevenir la inflamación es mantener un estilo de vida saludable, que promueva el equilibrio de nuestro organismo, esto debe contemplar, además, un correcto descanso y la práctica de actividad física frecuente.
Por último, si crees que estás padeciendo un proceso inflamatorio, con síntomas que persisten, mantente alerta a las señales de tu cuerpo y visita al médico. Es la mejor alternativa para encontrar el equilibrio en nuestro organismo.
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