Hace tiempo que se sabe que estamos diseñados para trabajar de día y descansar de noche, y que cambiar esa pauta – como hace tanta gente, especialmente el personal sanitario o de seguridad – es perjudicial para la salud. De hecho, las personas que trabajan a turnos padecen un riesgo un 40 % más elevado de sufrir enfermedades cardiovasculares. No solo eso, el riego de padecer otras enfermedades como la diabetes de tipo 2 también se eleva en un 9 % (según un metaestudio chino sobre el asunto realizado en 2014) entre aquellas personas que trabajan de noche.
¿Por qué se da esta elevación en el riesgo de padecer prediabetes o diabetes tipo 2 entre los trabajadores del turno de noche? Bien, hasta ahora todo habían sido especulaciones. Se sabía que dicha correlación existía, pero nadie podía explicar la razón. Pero ahora un nuevo estudio parece haber encontrado la respuesta, y tiene que ver con los hábitos de comida. Las conclusiones del trabajo sugieren que comer tanto por el día como por la noche (algo que hacen muchos trabajadores a turnos) interfiere con los ritmos circadianos de la glucosa, lo cual altera la tolerancia a este carbohidrato.
En biología, llamamos ritmo circadiano a las oscilaciones de las variables biológicas que se dan e intervalos regulares de tiempo. También conocido como “reloj corporal” este ritmo es el responsable de que, cuando cambiamos súbitamente de franja horaria padezcamos el fenómeno llamado “jet lag”. La mayoría de las actividades biológicas de nuestro organismo suben y bajan sus ritmos dependiendo de la hora del día a la que nos encontremos. Así, la frecuencia cardiaca, la presión arterial, la temperatura corporal y los niveles de hormonas fluctúan cíclicamente cada 24 horas. Estos ciclos, influyen así mismo en el sueño y en la alimentación.
Para mantener en hora este reloj biológico, la mayoría de los animales cuentan con una especie de “marcapasos circadiano central”. En los mamíferos, este marcapasos se ubica en un grupo de neuronas, llamado núcleo supraquiasmático, presente en el hipotálamo.
Podríamos pensar en este reloj como en el que existe en Real Instituto y Observatorio de la Armada (ROA) de San Fernando, Cádiz. Este reloj atómico es que marca la hora exacta y oficial del estado, y todos los demás – incluidos el que marcará las campanadas de nochevieja desde la Puerta del Sol madrileña – tienen que ajustarse periódicamente en base a él.
De igual modo, el “reloj” circadiano del hipotálamo es el que marca la hora “oficial” en nuestro cuerpo, y todos los otros relojes biológicos (como los que determinan los ciclos del apetito o del sueño) intentan sincronizarse constantemente con él.
Cuando el marcapasos central y los ciclos de alimentación/ayuno están perfectamente sincronizados, todo marcha bien. Sin embargo, en las personas que comen tanto de día como de noche, el reloj biológico que regula este ciclo envía marcas de tiempo a los órganos que entran en conflicto con la hora “oficial” marcada por el núcleo supraquiasmático.
Lo que ha descubierto el estudio del que os hablo hoy es que el deterioro en la tolerancia a la glucosa podría surgir precisamente por esta desalineación entre el marcapasos central y el ciclo comida/ayuno. La buena noticia es que habría una forma de contrarrestar estos efectos discordantes: restringir las comidas al horario diurno.
Para comprobar si efectivamente esta intervención en los hábitos alimenticios podrían reducir los problemas de tolerancia a la glucosa, los investigadores responsables de este estudio simularon el trabajo en el turno de noche de dos grupos de personas. Ambos grupos siguieron un reloj de 28 horas para desincronizar sus actividades diarias del marcapasos central. Durante el experimento se realizó un seguimiento de los ciclos sueño/vigilia, descanso/actividad, postura supina/erguida, luz/oscuridad, etc.
Uno de los dos grupos realizaba sus comidas según el reloj de 28 horas, lo que les hacía alimentarse tanto de día como de noche. El segundo grupo restringió las comidas al horario diurno. ¿El resultado? Pues como habréis adivinado el primer grupo mostró una alteración significativa en el ritmo circadiano de la glucosa, mientras que en el segundo grupo no hubo tal afectación.
El trabajo, liderado por Sarah L. Chellappa del departamento de medicina y neurología del hospital universitario Brigham & Women en Boston (Universidad de Harvard) se ha publicado en la revista Science Advances. (Yahoo Noticias).
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