La soledad no deseada se ha convertido en un problema de primera índole en nuestra sociedad, con importantes implicaciones para la salud no solo emocional, sino también cognitiva. Tenemos que partir de la base de que sentirse solo no es lo mismo que estarlo. El aislamiento social es una realidad medible —la falta objetiva de contacto humano— y la soledad es una percepción subjetiva: una sensación de desconexión y vacío que, aunque rodeado de personas, puede afectar gravemente la salud mental y cognitiva del individuo.
Vínculo entre soledad no deseada y demencias
“El aislamiento social es un factor de riesgo significativo en el desarrollo del Alzheimer y otras formas de demencia. Aunque no es una causa directa, la soledad reduce las oportunidades de practicar habilidades cognitivas y de lenguaje esenciales para mantener el cerebro en forma”, asegura la doctora Liliana Vargas, geriatra en la Unidad de Diagnóstico de Ace Alzheimer Center Barcelona. Hemos tenido la ocasión de hablar con la doctora para profundizar en este vínculo.
¿Existen evidencias científicas que confirmen la relación entre soledad y desarrollo o progreso de Alzheimer?
Sí, actualmente existen numerosos estudios científicos, tanto desde la medicina clínica como desde la epidemiología, que confirman esta relación. En España, por ejemplo, se ha evidenciado que un alto porcentaje de personas mayores viven solas, aunque esta situación también afecta a personas jóvenes.
Se ha observado una correlación entre una elevada proporción de personas que viven en soledad y un aumento en la incidencia de enfermedades neurodegenerativas, incluyendo el Alzheimer. Además, desde el punto de vista clínico, cuando analizamos retrospectivamente a los pacientes con diagnóstico de Alzheimer, uno de los factores de riesgo más destacados es el aislamiento social o la escasa interacción social.
¿Cómo afecta la falta de interacción social a los pacientes con demencia?
La demencia implica un deterioro cognitivo que afecta la funcionalidad del paciente, es decir, su capacidad para realizar actividades básicas de la vida diaria. Este deterioro suele involucrar no solo la memoria, sino también el lenguaje, la percepción visual, la motricidad fina y otras funciones ejecutivas.
El tratamiento no farmacológico del Alzheimer busca precisamente estimular y mantener las capacidades cognitivas afectadas. En este contexto, la interacción social juega un papel fundamental. Por ejemplo, si el paciente presenta dificultades en el lenguaje, es crucial que, además de recibir terapia logopédica, mantenga conversaciones regulares con distintas personas para estimular esta área.
¿Puede la soledad crónica ser un factor de riesgo tan significativo como otros como la genética y el estilo de vida, entonces?
Sí, sin duda. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha reconocido la soledad no deseada como un factor de riesgo tan importante como otros tradicionalmente conocidos, como la hipertensión, la diabetes, el colesterol, la inactividad física o la falta de estimulación cognitiva. Esto significa que la soledad crónica tiene un impacto comparable al de estos factores en la aparición del Alzheimer. Por tanto, debe abordarse con la misma seriedad y consideración dentro de las estrategias de prevención.
¿El aislamiento social tiene un impacto diferente en las distintas etapas del Alzheimer?
Personalmente, creo que el impacto del aislamiento social está presente en todas las fases de la enfermedad, aunque se manifiesta de forma diferente.
En fases leves, cuando el paciente es consciente de sus fallos cognitivos, es crucial que cuente con una red social que lo apoye en su proceso de adaptación. Las personas cercanas pueden ayudarle a encontrar estrategias compensatorias y proporcionarle contención emocional.
¿Cómo podrían las intervenciones sociales o comunitarias prevenir o ralentizar la aparición de síntomas en personas en riesgo?
Son fundamentales. Diversas administraciones públicas, como los ayuntamientos de Barcelona y Madrid, han desarrollado estrategias específicas al detectar, a través de estudios demográficos y censales, un alto número de personas mayores que viven solas. Existen programas comunitarios diseñados para ofrecer acompañamiento, tanto desde instituciones como el INSERSO o fundaciones como Amics de la Gent Gran, que promueven el contacto social mediante voluntariado o actividades grupales.
¿Los cuidadores de personas con demencia también tienen un riesgo elevado de sufrir soledad no deseada?
Sí, absolutamente. El papel del cuidador es muy exigente y, muchas veces, absorbe tanto que puede llevar al aislamiento emocional. Desde el ámbito sanitario se trabaja para identificar estas situaciones y ofrecer recursos de apoyo, tanto formales como informales. La prevención es clave, no solo centrada en el paciente, sino también en quienes le cuidan.
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