En un mundo que va camino de alcanzar los 8.000 millones de habitantes, la soledad y el aislamiento son cada vez comunes. Es una extraña paradoja, más aún si tenemos en cuenta que el ser humano ha evolucionado durante millones de años para ser una especie social.
Los perjuicios de la soledad son numerosos y en los últimos tiempos se han publicado estudios que apuntan a que las personas solitarias poseen un sistema inmunitario más débil, son más vulnerables a enfermedades infecciosas, presentan una presión sanguínea más elevada, se asocia con un aumento de hasta el 30% del riesgo de muerte prematura e incluso hay trabajos recientes que afirman que el aislamiento y la soledad aumentan hasta un 20 % el riesgo cardiovascular.
Todo indica que la soledad es perjudicial para el bienestar personal, que afecta seriamente a la salud y que “a menudo va acompañada de sentimientos autoinformados de no ser comprendidos por otras personas”. En este contexto un equipo de investigadores de la Universidad de California se ha preguntado qué contribuye a estos sentimientos en las personas solitarias y qué regiones y procesos cerebrales están implicados en ellos.
Para ello reunieron un grupo de 66 voluntarios que, antes de iniciar el experimento, se sometieron a diferentes cuestionarios pertenecientes a la denominada “Escala de soledad de UCLA”, un test que mide los sentimientos de soledad y aislamiento social. Los resultados dividieron a los sujetos en dos grupos de solitarios y no solitarios.
Posteriormente se utilizaron técnicas de neuroimagen (fMRI) para analizar más de 200 regiones diferentes del cerebro mientras los sujetos reaccionaban a diferentes estímulos en una proyección de videos. Cada sesión de neuroimagen duró 90 minutos y los investigadores registraron la actividad de cada individuo para, más adelante, compararla con el resto de participantes.
“Nuestros resultados sugieren que las personas solitarias procesan el mundo de una manera diferente a aquellos que no se sienten así, y esto puede contribuir a ampliar la sensación de que no son comprendidos por el resto de personas”, explican los responsables del estudio. Pero aún hay más… “fue muy sorprendente descubrir que las personas solitarias eran aún menos parecidas entre sí”, explica la doctora Elisa Baek, autora principal.
Mientras que los cerebros de las personas que no se sienten solas respondían de manera similar a los estímulos recibidos, el grupo de los sujetos solitarios difería mucho más entre sí que entre los que no se sentían solos.
El escritor ruso Leon Tolstoy en el famoso inicio de Anna Karenina: “Las familias felices son todas iguales; toda familia infeliz es infeliz a su manera”. Del mismo modo, aquellos que no sienten soledad mostraron resultados de neuroimagen similares mientras que los solitarios mostraron resultados muy diferentes entre ellos mismos, lo que lleva a los autores a afirmar que “el cerebro de las personas solitarias no solo funciona de manera diferente a las que no lo son, sino que también existen diferencias muy notables entre los propios solitarios”. (Yahoo/Noticias).
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