Como su nombre lo indica, se relacionan con conductas alimentarias que afectan negativamente la salud, emociones y desarrollo de las actividades diarias. Si bien la bulimia o la anorexia son los trastornos más frecuentes, existen otros que debes conocer.
¿Qué son los trastornos de la alimentación?
Trastornos de la alimentación, alimentarios o alimenticios, son distintos nombres que se usan para describir serios problemas relacionados a la conducta alimentaria o el desarrollo de hábitos alimentarios poco saludables.
Aunque muchas veces se los puede confundir con una forma o estilo de vida, se tratan de afecciones psicológicas, que pueden comenzar con una obsesión por la comida, el peso o la forma del cuerpo.
Estos trastornos también pueden afectar la capacidad del cuerpo para obtener los nutrientes que necesita, aumentando el riesgo de sufrir enfermedades cardíacas, renales e incluso la muerte.
Causas de los trastornos de la alimentación
Actualmente, se desconoce la causa exacta de los trastornos de la alimentación, sin embargo, al igual que ocurre con otras enfermedades mentales, se cree que pueden existir muchos factores responsables:
Biológicos: que ocurran cambios en las sustancias químicas del cerebro que puedan tener funciones en los trastornos de la alimentación.
Genéticos: tener genes que aumentan el riesgo de padecer trastornos de la alimentación.
Psicológicos o emocionales: baja autoestima, tendencias al perfeccionismo, comportamientos impulsivos o relaciones problemáticas que llevan a trastornos de la alimentación.
Quienes padecen trastornos de la alimentación pueden mostrar diferentes síntomas, que estarán ligados al tipo de trastorno que presenten, generalmente restricción severa de la ingesta de alimentos, atracones de comidas o conductas de purga, como vómitos o ejercicio excesivo.
Trastornos de la alimentación más comunes.
Entre los trastornos de la alimentación más comunes se incluyen:
Anorexia nerviosa
La anorexia nerviosa se desarrolla durante la adolescencia o adultez temprana, y tiende a afectar más mujeres que a los hombres. Quienes padecen este trastorno se ven con sobrepeso, incluso si tienen un peso peligrosamente bajo.
Por ello, buscan mantener un constante control sobre el peso, evitando la ingesta de determinados alimentos o restringiendo severamente las calorías. Entre sus principales síntomas se halla:
Buscar incesantemente la delgadez.
El peso y la forma corporal percibida tienen una importante influencia en la autoestima.
Negar tener un peso muy bajo.
Tener un peso considerablemente bajo en comparación con personas de edad y altura similares.
Tener miedo intenso a aumentar de peso.
Tener patrones de alimentación muy restringidos.
Tener una imagen corporal distorsionada.
La anorexia se clasifica en dos subtipos: el tipo restrictivo y el tipo de atracones y purgas. En ambos casos, después de comer, se purgan mediante actividades como hacer ejercicio en exceso, vomitar, y tomar laxantes o diuréticos.
A la larga, las personas con anorexia nerviosa pueden experimentar adelgazamiento de los huesos, infertilidad, cabello y uñas quebradizas, insuficiencia cardíaca, cerebral o multiorgánica, e incluso la muerte.
Atracón o trastorno alimentario compulsivo.
Al igual que la anorexia nerviosa, el atracón o trastorno alimentario compulsivo suele comenzar durante la adolescencia o adultez temprana, aunque también puede desarrollarse después de estas etapas.
¿Puede una mala alimentación causar depresión?
Las personas con este trastorno suelen comer cantidades inusualmente grandes de alimentos en períodos de tiempo relativamente cortos, y sienten una falta de control durante los atracones.
Las personas con trastorno por atracón no restringen las calorías ni recurren a ningún tipo de purga, como vómitos o ejercicio excesivo, para compensar su conducta alimentaria compulsiva. Entre sus principales síntomas se halla:
Comer grandes cantidades de alimentos rápidamente, en algunos casos en secreto, y hasta sentirse incómodamente lleno, a pesar de no sentir hambre.
Sentir falta de control durante los episodios de atracones, y después angustia, vergüenza, asco o culpa.
A la larga, las personas con trastorno alimentario compulsivo pueden experimentar sobrepeso u obesidad, lo que aumenta el riesgo de otros problemas, como enfermedades cardíacas, derrames cerebrales o diabetes tipo 2.
Bulimia nerviosa
La bulimia nerviosa es otro trastorno de la alimentación que suele desarrollarse durante la adolescencia y adultez temprana, y tiende a ser más común en mujeres que en hombres.
Al igual que sucede en los atracones, las personas con bulimia nerviosa comen grandes cantidades de alimentos en breves períodos tiempo, hasta llenarse dolorosamente. Sin embargo, luego intentan purgarse para compensar las calorías consumidas y aliviar el malestar intestinal.
Las formas de purgarse incluyen vómitos forzados, ayuno, laxantes, uso de diuréticos, enemas o realizar ejercicio de forma excesiva. Entre sus principales síntomas se halla:
Episodios recurrentes de atracones con sensación de falta de control.
Episodios recurrentes de conductas de purga inapropiadas para evitar el aumento de peso.
Autoestima influenciada por la forma del cuerpo o el peso corporal.
Temor por aumentar de peso, aunque se tenga un peso normal.
A la larga, las personas que con bulimia nerviosa pueden sufrir inflamación y dolor de garganta, presentar desgaste en el esmalte dental, caries, reflujo ácido, irritación del intestino, deshidratación severa y trastornos hormonales, y tener un mayor riesgo de ataques cardíacos o derrame cerebral.
Pica
La pica es un trastorno de la alimentación que se caracteriza por comer cosas que no se consideran alimentos, como tierra, jabón, papel, cabello, tela, lana, o ropa.
Esta afección puede ocurrir tanto en niños, como en adolescentes y adultos, aunque es más común en infantes, mujeres embarazadas o personas con discapacidades mentales.
A la larga, las personas con pica tienen un mayor riesgo de sufrir envenenamiento, infecciones, lesiones intestinales y deficiencias nutricionales. Dependiendo de las sustancias ingeridas, la pica puede ser mortal.
Trastorno por evitación o restricción de la ingesta de alimentos.
El trastorno por evitación o restricción de la ingesta de alimentos es el nuevo nombre para lo que antes se conocía como «trastorno de la alimentación de la infancia y la primera infancia». Se caracteriza por causar problemas alimentarios debido a la falta de interés o el disgusto que producen determinados sabores, olores, colores, temperaturas o texturas.
Aunque se suele desarrollar durante la infancia, puede persistir hasta la edad adulta. Además, es igual de común entre hombres y mujeres. Entre sus principales síntomas se halla:
Evitar o restringir ingesta de alimentos, al punto que no se ingieren suficientes nutrientes o calorías.
Dependencia de suplementos o alimentación por sonda.
Pérdida de peso o desarrollo deficiente para la edad y la altura.
Es importante entender que va más allá de los comportamientos normales, como la quisquillosidad al comer en los niños pequeños o la menor ingesta de alimentos en los adultos mayores. Tampoco incluye evitar o restringir alimentos por falta de disponibilidad o por prácticas religiosas o culturales.
Trastorno de rumiación
El trastorno de rumiación, recientemente reconocido, describe una afección que provoca que una persona regurgite la comida que ha masticado y tragado previamente, la vuelve a masticar y luego la vuelve a tragar o escupa.
Este trastorno puede desarrollarse durante la infancia, niñez o adultez. Si no se resuelve en los bebés, el trastorno de rumiación puede provocar pérdida de peso y desnutrición severa que puede ser fatal.
Los adultos con este trastorno pueden restringir la cantidad de comida que comen, especialmente en público, lo que puede llevar a que pierdan severamente peso.
Otros trastornos de la alimentación.
Además de los trastornos de la alimentación antes desarrollados, existen otros tipos:
Síndrome de alimentación nocturna: personas que suelen comer en exceso, a menudo después de despertarse.
Trastorno de purga: personas que a menudo utilizan comportamientos de purga, como vómitos, laxantes, diuréticos o ejercicio excesivo, para controlar su peso o forma.
Otro trastorno de la alimentación o alimentario especificado: incluye cualquier otra afección que tenga síntomas similares a los de un trastorno de la alimentación pero que no encaje en ninguna de las categorías anteriores. Por ejemplo, ortorexia, personas que tienden a centrarse obsesivamente en una alimentación saludable, hasta el punto de interrumpir su vida diaria, lo que puede causar pérdida severa de peso, dificultad para comer fuera del hogar o angustia emocional.
Diagnóstico
Los trastornos de la alimentación se diagnostican según los signos, síntomas y hábitos de alimentación. Si el profesional de la salud sospecha que una persona puede tener un trastorno de la alimentación, es probable haga exámenes y solicite pruebas que le ayuden a precisar un diagnóstico.
Generalmente, las evaluaciones y pruebas solicitadas incluyen:
Exploración física y análisis de laboratorio, para descartar otras causas médicas que expliquen los problemas de alimentación.
Evaluación psicológica, esto incluye preguntas sobre los pensamientos, sentimientos y hábitos alimentarios.
El profesional de salud mental también puede utilizar los criterios de diagnóstico que se describen en el Diagnóstico and Statistical Manual of Mental Disorders DSM-5 (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, DSM-5) publicado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría.
Cómo se tratan los trastornos de la alimentación.
Un trastorno de la alimentación es una afección difícil de controlar o de superar solo, por lo que los profesionales resaltan que, si crees tener este tipo de problema o conoces a alguien en esta situación, busques ayuda.
Las señales de alerta que pueden indicar la presencia de un trastorno de la alimentación incluyen:
Omitir comidas o poner excusas para no comer.
Comer a escondidas.
Adoptar dietas demasiado restrictiva o centrarse excesivamente en mantener una alimentación saludable.
Comer reiteradamente grandes cantidades de dulces o de alimentos con alto contenido de grasas, especialmente entre comidas.
Alejarse de actividades sociales que incluyen comidas.
Preocuparse o quejarse continuamente por estar gordo o hablar sobre cómo bajar de peso.
Expresar depresión, enojo, vergüenza o culpa respecto de los hábitos de alimentación.
Tomar suplementos dietéticos, laxantes o productos herbarios para bajar de peso.
Ir al baño durante las comidas.
Ejercitarse en exceso.
Tener callosidades en los nudillos por provocarse vómitos.
El tratamiento de un trastorno de la alimentación generalmente incluye un enfoque de equipo, en el que participan médicos de cabecera, profesionales de salud mental y dietistas, todos con experiencia en trastornos de la alimentación. A su vez, dependerá del tipo específico de trastorno de la alimentación que se padece.
Las principales estrategias para combatir este problema incluyen:
Diseñar un plan para adquirir hábitos alimentarios saludables.
Recurrir a la psicoterapia, terapia familiar o terapia cognitivo-conductual para aprender a reemplazar los hábitos alimentarios poco o nada saludables.
Recetar medicamentos para controlar la necesidad de purgar o dar un atracón.
En algunos casos se puede complementar el tratamiento recomendado por un profesional de la salud con prácticas alternativas, como acupuntura, masoterapia o yoga.
En casos graves el médico puede aconsejar la hospitalización.
Casos de trastornos de la alimentación
Es difícil estimar la incidencia que los trastornos de la alimentación tienen en la población mundial. Sin embargo, se calcula que aproximadamente 7 de cada 1.000 mujeres y 1 de cada 1.000 hombres sufren un trastorno de la alimentación.
Esta situación parece haber empeorado durante la pandemia, ya que, como indicó un estudio publicado en Journal of Eating Disorders, tras recolectar información de más de 200 participantes con trastornos de la alimentación, se halló que la mayoría de ellos (83 %) mostró un empeoramiento de sus síntomas.
Esta situación se adjudicó, entre otras cosas, a problemas para regular las emociones y a la falta de herramientas para lidiar con la angustia que provocaba el confinamiento y el distanciamiento físico. (HolaDoctor.com).
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