Cuando tomar decisiones, tener la última palabra en cualquier discusión y dirigir las actividades de tu grupo de amigos es frecuente, es posible que seas de un tipo de personalidad dominante, y aunque sea una palabra que duela, también puedes ser una persona controladora.
Este tipo de comportamiento, suele tener problemas con las relaciones sociales, sobre todo cuando se encuentran con gente muy determinada y segura de sus convicciones a la que no pueden dominar; pero también tiene muchas ventajas.
Según la especialista Sara González Juárez, en un artículo de su autoría, este tipo de personalidad es desafiante, fuerte, y capaz de superar todos los obstáculos, pero en este escenario frecuente en su cotidianidad, también puede alejar a la gente que lo rodea.
Suelen ser personas muy seguras de sí mismas, autosuficientes e inteligentes o, por lo menos hábiles, porque son personas ordenadas, que le gustan los esquemas y las estructuras, con lo cual suele irles muy bien en empleos tradicionales en instituciones con estructuras corporativas.
Según se explica en la plataforma Pinktum, dedicada a la formación corporativa, las personas de comportamiento dominante “tienen buen ojo para hacerse una idea del panorama general, desarrollan estrategias eficaces con rapidez y dinamismo y les gusta llevar la delantera. Para alcanzar sus objetivos y lograr cosas extraordinarias, están dispuestos a asumir riesgos. Toman decisiones con rapidez, pero lo hacen basándose en hechos lógicos y de forma racional”, pero toda esta lista de virtudes suele decantarse en que son percibidos como mandones y agresivos.
La verdad es que, así como es difícil lidiar con este tipo de personas, ser una de ellas y estar consciente de ellos tampoco es fácil porque, así como controlan a otros, también son férreos controladores de sí mismos. Si bien las personalidades dominantes y controladoras pueden ser impulsoras y grandes líderes, imponer su voluntad tiene un alto precio, porque detrás de esa pared de decisiones inequívocas, está el miedo a equivocarse o a perder el control.
Para poder avanzar en el recorrido tanto profesional como personal, lograr el equilibrio es la clave. La psicóloga Sara González Juárez propone cuatro estrategias esenciales.
En primer lugar, aceptar y abrazar que somos vulnerables. Esto es crucial para quienes tienen una personalidad dominante. Reconocer y aceptar nuestros puntos débiles se convierte en la llave para liberarse de la máscara de invulnerabilidad que a menudo caracteriza a estas personas.
Luego, es recomendable dirigir la atención hacia las soluciones en lugar de quedarse anclado en los problemas. Este enfoque no solo aumenta la sensación de control, sino que lo hace de manera más saludable, evitando recurrir al control como medio para afirmarse.
Asimismo, cambiar la culpa por la responsabilidad emerge como una estrategia transformadora en la gestión de errores, tanto propios como ajenos. Dejar de señalar con el dedo acusador implica abandonar el castigo, mientras que asumir la responsabilidad no solo propicia soluciones, sino que también promueve un ambiente en el que todos pueden sumar.
En el camino hacia un equilibrio emocional, aprender a perdonar se revela como una herramienta esencial. Las heridas emocionales y los errores, ya sean propios o ajenos, constituyen cargas pesadas para aquellos con una personalidad dominante. Practicar el perdón no solo facilita la curación, sino que también enfoca la atención hacia el presente, permitiendo el continuo crecimiento personal.
Además, cultivar la empatía, tener apertura hacia las ideas de los demás, aceptar que alguien también puede tener razón o también puede darte un consejo útil, es también una vía hacia el equilibrio. Incluso, aceptar que el apoyo profesional especializado también puede brindarnos herramientas prácticas para encontrar ese equilibrio es un gran paso hacia ese deseado bienestar. Reconocernos como vulnerables, querer cuidarnos y abrazar las diferencias nos brinda un espacio para crecer personal y profesionalmente. (Yahoo/vida y estilo).